Todo ser humano nace de una mujer, nuestra madre. Nos encanta celebrarlas, cuando nos acordamos de ellas, por darnos la vida, por su labor educativa, y por el cariño que nos han brindado a través de los años. Por experiencia personal, si pudiera decirle algo a mis futuros (as) nietos o nietas, los (las) exhortaría a que no se olviden de ella, y que le dediquen, siquiera, un minuto, cada día. Es en el momento en el que ya no están con nosotras, cuando nos damos cuenta de toda la influencia que nuestras madres han tenido sobre nuestras vidas, y de cuánto las echamos de menos.
Una madre literaria realiza la misma función que la madre biológica, pero partiendo desde el punto de vista de la literatura. La madre literaria nos nutre el espíritu; sus palabras nos hacen pensar; lo que escriben nos enseña a pensar sobre el mundo de forma diferente. Como cuando éramos pequeñas, queremos emular a las madres literarias, escribir como ellas; compartir sus vivencias; conocer el mundo sin salir de la habitación.
Las madres literarias han abierto brecha. Su lucha por ofrecer un punto de vista diferente, por describir el universo femenino, y por rescatar los valores de género, es incesante. Han existido en todas las épocas, y en casi todas las regiones del planeta. Safo en Grecia. Hipatia en Egipto; la señora Murasaki (Murasaki Shikibu) en Japón; la reina Cristina de Suecia; Santa Brígida (también en Suecia); Marie de France (de origen inglés, aunque escribía romances artúricos en francés); Verónica Franco, en Italia; María de Zayas, en España; sor Juana Inés de la Cruz, nacida en México en tiempos de la colonia; Sor Juana de Maldonado, nacida en Guatemala y casi contemporánea de Sor Juana Inés; y, casi dos siglos más tarde, nuestra famosa Pepita, nacida en España pero de corazón (y por elección personal) guatemalteca.
Algunas de nuestras madres literarias han sido famosas, y han podido vivir con dignidad gracias a la literatura. Desafortunadamente, son las menos… Aphra Behn, J.K. Rollins, e Isabel Allende, por ejemplo, han logrado el reconocimiento y la estabilidad económica para poder escribir sin trabajar en otra cosa.
La mayoría de nuestras madres literarias, sin embargo, son pluriempleadas. No solamente trabajan en puestos, que poco tienen que ver con la literatura, sino que cuidan de sus hijos e hijas biológicas, y ayudan en su comunidad. Para acabar de dorar la guinda, han pasado desapercibidas, como si el viento hubiera borrado sus huellas.
En este mes de la madre, lee a alguna autora femenina que te guste, y cuya obra te atraiga. Piensa en Ángeles Mastretta; Guadalupe Loaeza; Sor Juana Inés de la Cruz; Virginia Wolf… Lee La Corte de los Ilusos, de Rosa Beltrán, y descubre la historia del único emperador de México (y, por pocos días, de Guatemala), escrito desde el punto de vista de las mujeres que lo rodean. O ríete con El país de las mujeres, de la nicaragüense Gioconda Belli.
Si te gusta la poesía, lee a Luz Méndez de La Vega; Aida Toledo; Vania Vargas; Ana María Rodas; Isabel de los Ángeles Ruano, y a Carolina Escobar Sarti, entre muchas otras guatemaltecas más que este blog querría mencionar, pero le falta espacio.
Descubre tú misma a alguien con el que puedas empezar a soñar. No dejes de pensar en ellas, en las madres literarias, que te confortan el alma, y que son buenas para la salud, mental y espiritual.
Leer es más que vivir: es pensar; sentir; llorar, y reír. Es descubrir mundos nuevos. Viajar desde la comodidad de tu casa. Aprender de historia, de literatura; de arte y de cultura. Hasta de cocina, si quieres leer a Laura Esquivel en Como agua para chocolate.
Lee y escapa de tu mundo de todos los días. Vale la pena.
María Odette Canivell
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