Estamos rodeadas de mujeres a las que nos gustaría emular, escritoras que nos abren los ojos y nos cambian el “chip” mental. Nuestras madres literarias y académicas nos han legado conocimientos invaluables, desde cómo enseñar filosofía (Hipatía de Alejandría), hasta el GPS, basado en las ideas de la actriz Heddi Lamar a la que, como es casi la norma, le robaron el mérito de ser la primera en pensar en utilizar frecuencias sonoras intercambiables para evitar interferencias.
Otro día discutiremos sobres nuestras madres académicas, Marie Curie y Rosalind Franklin, por ejemplo, así como Heddi Lamar. Pero hoy… vamos a hablar de las madres literarias de nuestra América.
Las madres literarias de la región, Sor Juana Inés de la Cruz, Sor Juana de Maldonado, Catalina de Erauso, y María Josefa García Granados, solamente por mencionar algunas de las muchas plumas del continente, brindan a sus descendientes la posibilidad de ver el mundo de manera diferente; de completar la cosmogonía incompleta que el canon literario tradicional propone, así como de recobrar la memoria de nuestras abuelas, cuya voz queda pérdida a través de los tiempos.
Tanto Sor Juana Inés de la Cruz como Sor Juana de Maldonado, fueron confrontadas por “tribunales” masculinos, e incluso por la Inquisición, en el caso de Sor Juana de Maldonado, debido a sus escritos. La defensa que de la Cruz hace de las mujeres, en su Carta Atenagórica, es magistral, y demuestra su acerado ingenio, el cual aparece así mismo en las redondillas recordando a los hombres necios: “que acusáis a la mujer sin razón.”
A pesar de que el convento de los siglos XV al XVIII era, supuestamente, morada y refugio para las monjas, además de una alternativa frente a la dominación patriarcal del matrimonio, en muchas ocasiones se convertía en cárcel y en espolio de las mujeres que escogían esta opción. Pocas veces, como es el caso de la monja Catalina de Erauso, quien escapara del convento e hiciera su vida en las Américas, disfrazada de hombre, la iglesia le sirve de verdadero refugio a aquellas que se resguardan tras sus puertas.
En efecto, la historia de Catalina de Erauso es singular. Siendo novicia en su Guipúzcoa natal, se escapa del convento porque la priora la maltrata; se viste de hombre; y logra obtener el rango de teniente en el ejército español.
Viaja a las colonias, en donde pelea contra los indios Araucanos en Chile, y mata a su hermano Miguel, por equivocación. En Perú, de Erauso se enfrenta con otro soldado español en un duelo, a causa de rencillas por celos con una dama a la que ambos pretenden, y lo mata. Al ser ilegal los duelos en la América hispana, huye para no ser arrestada. Encuentra refugio en la iglesia, confesando ser mujer y novicia. La Iglesia intercede por ella y la monja alférez logra el perdón y su retorno a España.
Sor Juana de Maldonado no tuvo la buena fortuna de Catalina. Como señala Luz Méndez de la Vega, con acierto, la mayor parte de los estudiosos de la literatura guatemalteca y latinoamericana, estaban convencidos de que la monja era una invención del viajero inglés Thomas Gage. En su obra La amada y perseguida Sor Juana de Maldonado y Paz, Méndez de la Vega señala que se han ignorado los documentos que prueban la existencia de Juana Maldonado y Paz, así como las pruebas de su ingreso al convento en Guatemala.
A pesar de los datos encontrados en archivos; de las cartas; así como de las crónicas de Gage, pareciera preferible borrar de la existencia a la monja, que creer que Juana no es el producto de la imaginación delirante de un viajero inglés. En efecto, el meollo de la cuestión radica en que las descripciones elogiosas de Gage sobre Sor Juana, y sobre su obra, se juzgan inverosímiles, debido a la admiración con la que el trotamundos inglés trata a la escritora guatemalteca.
Las madres literarias que nos han precedido, desde Hipatia, en la Alejandría del siglo IV, hasta nuestra Sor Juana de Maldonado y Sor Juana Inés de la Cruz, arrojan una luz distinta sobre lo que significa vivir como mujer en mundos dominados por hombres.
En efecto, el dilema de Betsabé, por ejemplo, no reside únicamente en establecer la relación entre la mujer y el lenguaje, pensando en que la primera habla (o escribe) un lenguaje diferente al de los hombres. El dilema es la relación simbólica dentro del mito; la forma en que la mujer utiliza el lenguaje para conseguir los cambios políticos y sociales que necesita, y su posicionamiento frente a la sociedad, desde el punto de vista de la marginalidad. Betsabé calla porque no puede enfrentarse a su rey, David. Se somete a la voluntad del monarca (tanto física como espiritualmente) y pierde a Urías, su marido, asesinado por orden del rey hebreo.
Sin embargo, Betsabé aconseja a David, tras bambalinas, para que deje a su hijo Salomón como heredero. Su voz no es un bramido ni una queja, es un susurro que causa un terremoto en la corte israelí. Como ella, muchas mujeres susurran el cambio social que necesitan para conseguir un espacio en una sociedad dominada por hombres. La poetisa Verónica Franco, Mary Wollstonecraft; Mary Shelley; Emilia Pardo Bazán, y Gertrudis Gómez de Avellaneda, además de las dos Juanas y La Pepita, son solamente algunas de las voces cuyo murmullo crea conciencia, y que se convierten en madres literarias de todas las demás.
María Odette Canivell
Puedes leer la primera parte, aquí
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