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Foto del escritorMaria Odette Canivell

EL DOLOR Y LA GLORIA DE LA ESCRITURA

Actualizado: 22 oct

En la mitología griega, Zeus y Mnemosine crean a las musas Calíope y sus hermanas, con el afán de inspirar a la humanidad y proclamar su supremacía entre todos los seres vivientes. Nacen de la unión entre Memoria (Mnemosine) y creación (Zeus), y son señoras del pensamiento, diosas de las artes e invocadoras de los héroes. Plutarco afirmaba que se las conocía como Mneaie (recuerdos) ya que traían a la superficie el conocer del artista para crear el genio artístico.

Seis de las nueve hijas de Zeus y Mnemosine están relacionadas con la escritura: Calíope; Clío, Erato; Melpomene; Polimnia y Talía.

Aún con su ayuda, escribir es un proceso arduo, lleno de tropiezos, cuyo solipsismo, intrínseco, hace muy difícil explicar por qué razón escribimos. Sentarse ante un papel, con lápiz u ordenador es una tarea que le saca lágrimas al alma. Ciertos días las musas te sonríen y las palabras fluyen como el agua de un río contento. Tu ser se llena de satisfacción por que tu pluma recoge exactamente lo que quieres decir, de la manera más adecuada y, en ciertos casos, hasta hermosa. En otras ocasiones, las musas andan de vacaciones, y no logras poder expresar nada. El silencio te rodea, y no logras comprender por qué te es tan difícil precisar lo que querías decir.


La duquesa de Alba escribiendo. Francisco de Goya. Cuaderno A, llamado de San Lucas 1794-1795. 


Si todo camina bien y logras escribir lo que deseas, llega la parte más difícil: corregir lo que escribes. La tarea de desmenuzar tu composición se te hace un esfuerzo heroico. Eres Hércules peleando contra el león de Nimea, te has enamorado de tus propias palabras, aún si éstas no tienen espacio en la composición o, aún peor, si tu escrito es una especie de diarrea mental sin pies ni cabeza, aunque suene muy bonito al leerlo.

Los autores somos muy poco objetivos con aquello que escribimos. Lo leemos y nos gusta. Lo volvemos a leer y nos gusta más. Aún si somos conscientes que la palabra escrita necesita mucha criba para llegar a ser aquello que deseamos, es decir algo que sea digno de las musas, no podemos deshacernos de estas grafías redundantes.

Federico García Lorca hablaba de un duende del poeta, un daimón que, cuando como si fuera musa, imbuía tu labor literaria, lograba que tu poesía transcendiera; tu escrito perdurara para siempre. Pero ese duende travieso muchas veces se nos escapa, marcha alegre por todos lados, menos dónde lo necesitas. Cuando tu duende o tu musa te posee, tu manuscrito canta. Sientes la gloria. Cuando el duende y la musa te abandonan, te sientes desolado. Quieres escribir, pero no puedes. Quieres comunicarle al mundo lo que sientes está rebosando tu corazón, pero no lo logras. Quieres cantar como las musas, pero te salen graznidos literarios. Es un reír y llorar; un sufrir y gozar. A pesar de ello, no lo cambiarías por nada en el mundo. Escribir es, para ti, algo tan esencial como respirar, no importándote cuánto dolor hacerlo te cause.

 

 

 

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