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Foto del escritorMaria Odette Canivell

EL ESTADIO PERMANENTE DE LA CHIPENCIA*…

Actualizado: 17 oct

Mi abuelita Mama-Maruca tenía dos máximas en la vida:

 

1.      Si no puedes decir algo bonito de alguien, no lo digas

2.     Las generalizaciones son peligrosas

 

Aunque creo que ella tenía razón, mi conciencia de escritora y mi afán de preguntarle al mundo por qué pasa lo que pasa, me lleva a plantear el siguiente dilema:

El guatemalteco tiene fama de ser súper amable. Siempre dan los buenos día, las buenas noches, y las gracias. La gente te sonríe cuando vas a la calle, al supermercado, y a las oficinas. Te hacen sentirte bien.


Lo anterior, no es nada común. Después de haber vivido en Israel; Inglaterra; Alemania; Austria; España; Bolivia; Perú y más sitios que quizá ya no recuerdo, la amabilidad de nuestra gente y su reputación como entes cordiales es bien merecida. 


Por otro lado, creo que somos un poco chipes; sentidos; susceptibles; poco felices y, en general, descontentos con la vida y con el mundo.


Me explico:

Quizá por esa necesidad de agradar al vecino, en el momento en que cualquier persona nos dice algo que no nos guste (no importa si es criticismo constructivo o destructivo) nos derrumbamos como soufflé fuera del horno. Ya no nos cae bien la persona.


Y dejamos de “tenerle paciencia”, como diría el chavo del Ocho. Pareciera que somos ultra susceptibles a cualquier comentario negativo ya que, eso, inmediatamente produce el fenómeno del honor ofendido; la humillación sentida; el “me cae mal el fulano, o la fulana”, seguido del: “ya me arruinó el día”.


Ninguno de nosotros queremos que nos pelen; que nos critiquen; que nos digan que hacemos mal las cosas. La vida, sin embargo, es una cadena de errores de los que aprendemos para vivir mejor. Un escritor no puede escribir una obra buena sin haber roto; borrado; destruido; o quemado miles de páginas que no servían. Un ser humano tampoco.


Virginia Woolf recibía un libro cada miércoles; lo terminaba el viernes, y para el lunes había escrito más de 1500 páginas, con borrones y tachaduras por doquier. La escritora Emilia Pardo Bazán trató de ingresar a la Real Academia española, y no la aceptaron. Elena Garro es famosa por ser esposa de Octavio Paz, no por su excelente trabajo como literata. A Silvina Ocampo se la conoce más por su amistad con Jorge Luis Borges que por sus cuentos. Ninguna de estas mujeres escritoras se dejaron llevar por el estadio de la chipencia… a pesar de tener mil motivos para caer en el descontento.

Quizá todos nosotros y nosotras debiéramos aprender de ellas.





 

*Por aquello de ser “precisos con el lenguaje”, un estadio en psicología no es un gran campo de fútbol, si no que una etapa del desarrollo humano, que debe ser conquistada. Quizá sea buena idea “conquistar al estadio de la chipencia”.

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