Había una vez un mundo diferente donde el sentido común era normal. No solamente se le rendía pleitesía a Don Sentido Común, si no que era una cualidad que se desarrollaba en los niños desde muy pequeños.
El lector avezado se preguntará quién era exactamente el infortunado difunto. La RAE contesta la pregunta señalando que sentido común: es la capacidad de “entender o juzgar de forma razonable”.
Si ampliáramos un poco la interpretación sobre el occiso, nos vemos en la necesidad de concretar la definición de “razonable”. La mejor manera para ello, es si pensamos en los adjetivos que conlleva, léase: moderado, proporcionado, no exagerado y, por último, afecto a la razón, la cual es la capacidad del hombre de pensar para llegar a una conclusión determinada, o: “el acierto en las acciones o en el pensamiento,” si seguimos la definición de la RAE.
Habiendo precisado los términos que definen al pobre finado, seguimos este Blog discurriendo sobre por qué pareciera que hemos perdido de vista el norte, el sur, el este, y el oeste, ya que nos encontramos en un mundo que pareciera discurrir con los pies, y no con la cabeza.
Para probar mi hipótesis, ya que fui catedrática de Lógica muchos años, ofrezco tres ejemplos que es posible corroborar sin mucho esfuerzo.
El primero es el síndrome de la subida al ladrillo, con su consecuente mareo. De acuerdo a mi amiga Rocío Quiroa, quien inventó el concepto, nuestros políticos, funcionarios públicos, e incluso algunos artistas y escritores en nuestra patria, la dulce Guatemala, sufren del síndrome del ladrillo, el cual consiste en que al obtener un “chiquito” de poder, o un poquito de fama, se suben cómodamente a su pequeño ladrillo, donde la altura los hace sufrir de mareos tales que pierden toda capacidad de razonar.
Los afligidos se sienten más que los demás (aunque sus méritos no ameriten se engrandezcan tanto—o nada) y se dedican a zambullirse en el viejo baño de la coba. Contra más halagos, zalamerías, y lisonjas reciben, por parte de sicofantes que creen que su deber es ser senescales de la adulación, más crece el pequeño ladrillo de nuestro sujeto, y se marean más y con más frecuencia.
Desafortunadamente para nosotros, los guatemaltecos, el síndrome del ladrillo es común en políticos, presidentes, jueces, y magistrados. Es tan contagiosa la enfermedad que, muchísimos funcionarios públicos, sufren del mismo mal. Con un poquito de sentido común, el afligido debería darse cuenta que nada es eterno ya que, aquel que tiene el puesto o la fama, le va a durar para tres días, por lo que mejor sería se baje del ladrillo y trate a todo el mundo como si fuera igual que los demás.
Mientras tengan poder o notoriedad (los locatarios del ladrillo) siempre tendrán lambiscones que los adulen. Cuando se acaben sus quince minutos de fama, nadie se acordará de ellos.
El remedio es fácil: Si hubiera un galeno en posesión de una vacuna cuyo ingrediente fuera una dosis de sentido común, los inyectaría con premura, y el mareo cesaría; así como la tontería también.
Desafortunadamente, no existe alguna medicina para eso, así que tendremos que esperar a que prive el juicio y la razón sea restaurada.
Continuará…
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