Como señalamos en blogs anteriores, el pobre sentido común está de pésame. Esta tercera parte del blog pretende rescatarlo un poco del olvido en que se encuentra, y devolverle un lugar de honor en nuestras vidas…
Las redes sociales y el uso de la Internet han logrado muchas cosas positivas. Estamos cerca de todo, y de todos, en apariencia. Con un toque del ordenador, podemos obtener en casa comida, compras, y hasta compañía telemática.
En tiempos pasados, no muy lejanos, los seriales de radio, que llegaban a la sala de la casa para que la familia se sentara junta a oír los culebrones y disfrutaran discutiendo sobre si Ana se enamoraría de José o de Juan, desempeñaban una función social y de divulgación. Años después, cuando la televisión substituyera a la radio, usurpando el papel de reúne-familia a través de las telenovelas, el aparato inventado por John Logie Baird cumplió esa misma función. En el siglo XXI, la Internet consigue desposeer de esas tareas a la radio y a la televisión, revolucionando como nos relacionamos con otros e, incluso, con nosotros mismos.
La diferencia entre radio, televisión, e Internet es abismal. Nadie se creía lo que oías en la radio, ya fuera en los culebrones, o en la televisión. Todo el mundo estaba hiper consciente de que ese era un mundo de fantasía y, a lo más, te dejabas convencer por los anuncios que te instaban a comprar detergente, “el más blanco del mundo,” o a comer Pollo Campero y a beber cerveza Gallo.
La Internet trastocó todos los paradigmas, ofreciéndonos un mundo virtual donde las imágenes que ves y la información que recibes en la Web parece ser la verdadera realidad. Como señala la Asociación de Psiquiatría de Estados Unidos, el uso de la Internet y de las redes sociales provoca transformaciones profundas en el cerebro, en las áreas de información (capacidad cognitiva); memoria (déficit en la capacidad de recordar); y relaciones sociales (problemas en auto estima --particularmente en los jóvenes; así como en la forma en la cual el sujeto se relaciona con el mundo).
Lo anterior no significa que nos tengamos que volver luditas, o que dejemos de utilizar la Internet y las redes sociales. Por el contrario, de lo que se trata es de ejercer lo que antes se llamaba: juicio crítico, que es un componente crucial del sentido común.
La difusión de falsa información es tan antigua como el hombre. Decir mentiras o creer que existe una causalidad falsa entre un evento y una consecuencia no es nada nuevo. Lo que es sorprendente es el dejar de dudar de lo que lees, o ves en las redes, y creértelo todo a pies juntillas; es decir, como si las redes y la Web fueran la Biblia, por lo que eso implica que no podemos refutar la información que algún “actor” interesado te brinda a través de las redes sociales.
Veamos, por ejemplo, algunos de los errores de Wikipedia, la enciclopedia gratis, que es la fuente a la que muchos estudiantes (y el público en general) acuden para buscar información:
En la primera página, vemos que la foto que corresponde al Primer ministro de Turquía, Recep Erdogan, es la de una cucaracha. En la segunda, vemos una lista de lo que se define como: un asesino múltiple, donde se pide a los colaboradores que “por favor no contribuyan a la lista de asesinos en serie por el método de asesinar víctimas.”
El hecho de que tengamos que explicarle a un lector que la forma de contribuir información en una plataforma no es crear, por el método de matar a alguien, esa misma información, es un ejemplo de la pérdida del sentido común. O poner a una cucaracha como presidente de Turquía (nos caiga bien o mal el presidente) es, también, una muestra de la lamentable vacación del mentado difunto.
¿Pero qué tiene que ver la carencia del sentido común y su lamentada defunción con la literatura de mujeres…?
La última imagen de este blog lo dice todo, por aquello de que una imagen vale más que mil palabras. En este grabado del siglo XIX, se puede observar a unas jovencitas que se encuentran con la biblioteca “prohibida” del padre. La madre las pilla con las manos en la masa. Preocupada por la corrupción de las mentes jóvenes de sus hijas, las regaña. Lo que la imagen realza, sin embargo, es a las lectoras (jóvenes inocentes) muertas de la risa por esa biblioteca prohibida.
La única manera de desarrollar el sentido común, de despertarlo y de resucitarlo, es revivir la capacidad cognitiva y el juicio crítico, para así poder decidir que es “verdad” y qué es mentira, y que no nos den atol con el dedo, como decían las abuelas.
La lectura nos permite exactamente eso: adentrarte en un mundo mágico, por unos segundos, para después aterrizar en la realidad. Pocos lectores, como Don Quijote de la Mancha, enloquecen por leer demasiadas novelas de caballería. Para el resto, la lectura, no las redes sociales ni la Internet, sino un libro, nos da armas para combatir la desinformación, y nos ayuda a entender el mundo de una forma más sana. Leamos más, y dejemos el ordenador y las redes en segundo plano. Y ojo, las redes sociales NO son lectura, son un sucedáneo tipo papilla para niños pequeños.
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