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Foto del escritorMaria Odette Canivell

Las arpías literarias: La soledad y las mujeres, segunda parte

Las arpías de la Antigua Grecia, Aelo, Ocípete, y Podarge (o Celeno) eran las hijas de Taumón y Electra. Deidades de los vientos y de las tormenta, estas doncellas de singular hermosura estaban a las órdenes de Zeus, quien les encargó como tarea que llevaran al Hades a aquellos mortales que se resistían a morir.


Eran divinidades alumbradoras de la vida y de la muerte; y sus nombres, Viento, Tormenta y Lluvia estaban relacionados con fenómenos atmosféricos.


En la Teogonía de Hesiodo, estas deidades femeninas eran bellas doncellas aladas; Virgilio, en La Eneida, las convierte en aves rapaces de talones afilados, con caras horripilantes que torturan a Phineas arrebatándole la comida. Como las Herinias, las Furias, la Medusa y las “crones” o hags, su naturaleza originaria era benévola. Con el tiempo, su ontología fue trastocada, y quedaron convertidas, por el imaginario masculino,  en entes infernales. Es interesante señalar, sin embargo, que aún en el Renacimiento se las representaba como seres benignos.


Andrea del Sarto pinta un bellísimo cuadro titulado La madonna de las Arpías.


A pesar de que una de las interpretaciones del cuadro señala que en la obra de del Sarto la Virgen triunfa sobre el mal poniendo su pie sobre el pedestal donde se encuentran aquellas, la realidad es que las arpías son mensajeras de Zeus, y ejecutan sus designios, no los ordenan o los causan. Como ellas, pobres esclavas haciendo la voluntad de los dioses, las arpías literarias batallan por ser escuchadas, publicadas, e incluso tomadas en serio por el sexo opuesto.

Su lucha es reivindicar el espacio en el que han sido colocadas erróneamente, transformándolas en el origen de la perfidia, en las Evas bíblicas tentando a Adán, y trastocar esta connotación negativa por una positiva.

 

Continuará en siguiente blog...

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