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La literatura universal perpetúa el mito de la mujer como la arpía. Aunque existe una buena cantidad de poesía, narrativa, y teatro donde el hombre busca a la mujer de sus sueños, también existe la contrapartida: la mujer infernal; y pocas de ellos merecen los epítetos que la Celestina, La Prima Bette, o la Trotaconventos reciben.
Estas mujeres tienen en común que son solteronas cuya maldad causa la desgracia de los protagonistas de sus respectivas narraciones literarias. Como Podargo la única arpía que se aparea con el viento boreal, produciendo los famosos garañones de Aquiles, Xanthos y Balios, estas mujeres desdichadas desean un hombre. No lo consiguen empero, y su aparente frustración las lleva a destruir la felicidad de otros más afortunados en el amor que ellas.
La connotación negativa asociada con la soltería de la mujer, por lo general, no se encuentra presente cuando el término se aplica a los hombres. Aún solteronas abnegadas y buenas, como la Tía Tula, son contempladas con recelo. ¿Quién desearía sacrificar su vida cuidando a otros en vez de cumplir con su oficio reproductor?
La solterona, nos dice el imaginario cultural, es alguien con problemas emocionales, cuyos órganos reproductores inoperantes han, por fuerza, de desencadenar un deterioro mental. Freud, en su famoso caso Dora K, se niega a contemplar la posibilidad de que la muchacha haya sido mancillada por los deseos lujuriosos del mejor amigo de su padre; prefiere creer que Dora reprime un deseo sexual oculto, y por eso sufre de histeria.
Psicológica y socialmente, el estigma de la soledad aqueja a la mujer llevándola a convertirse en alguien cuya naturaleza es incompleta, si no está reflejada en el espejo del yo masculino.
Como señalan Virginia Woolf y Helene Cixous, la mujer necesita un sitio espiritual y físico para expresarse. Haciendo eco a estas escritoras, las arpías literarias desafían los conceptos tradicionales de género para “re-escribir” a la mujer, devolverle aquella naturaleza buena que perdiera, no por desidia o deseo propio, sino por perfidia masculina.
En palabras de Sor Juana:
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis;
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si la incitáis al mal?
Las arpías literarias nos recuerdan que es tarea nuestra rescatar a las mujeres de las connotaciones negativas en las que la literatura y los imaginarios culturales nos han colocado. Sor Juana Inés lo hace en su Carta Atenagórica. Alfonsina Storni en sus poemas. Virginia Woolf con sus ensayos, especialmente Un cuarto propio. Gioconda Belli con sus novelas, Sofía de los presagios y El país de las Mujeres.
Ellas y otras más luchan por cambiar la mentalidad masculina; recordarnos que no somos arpías sino doncellas aladas; y re-escribir al mundo para desmitificar la soledad, y el mito de que no somos completas sin el Adán de turno.
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